Por Verónica Ramos 


El barullo resuena, la gente vitorea, grita y hace sonar sus cornetas. Los hombres de cabezas duras se fusionan con sus autos. Los motores ronroneando causados por los pies que ansiosos se posan sobre el acelerador. Posiciones, números… todo resumido en una bandera a cuadros, la cual desatará la furia sonora al batirse frente a los pilotos. 

Corre el año de 1959, han pasado algunos meses desde el nombramiento de López Mateos como presidente de la República Mexicana. Ahí en el suroriente de la Ciudad de México, ubicado en el macrocomplejo deportivo Ciudad Deportiva se construye un autódromo propuesto por el ingeniero Oscar Fernández Gómez Daza en 1955 a falta de uno en la ciudad. Sin saber que se convertiría en el circuito más veloz de la Fórmula 1. 


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